Investigadores de la Universidad de California en San Francisco han observado que los refugiados que acaban viviendo en barrios pobres de sus países de acogida tienen más riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 y por ello necesitan un mayor seguimiento para prevenir su aparición.
En el estudio, publicado en la revista ‘The Lancet Diabetes and Endocrinology‘, se analizaron los datos de más de 61.000 refugiados que llegaron a Suecia entre 1987 y 1991 para ver cuántos tenían diabetes en las dos décadas siguientes.
Con una edad media de entre 25 y 50 años, la mayoría estaban casados, tenían hijos y la mitad de ellos procedía de Irán, países de Oriente Medio y el Norte de África, mientras que un 10 por ciento eran de otras regiones de África, un 19 por ciento de Europa del Este y un 14 por ciento de América Latina.
«Nuestro estudio se aprovechó de un experimento natural que el Gobierno sueco creó de forma involuntaria al acoger y distribuir refugiados por todo el país, más o menos al azar, para ayudarles a integrarse más fácilmente en la sociedad sueca», ha destacado Justin White, investigador de Economía de la Salud que ha dirigido la investigación.
De este modo, después de 20 años vieron que quienes se habían alojado en los barrios pobres de las ciudades eran un 15 por ciento más propensos a desarrollar diabetes tipo 2 que el resto.
En su análisis tuvieron en cuenta los niveles de pobreza, desempleo, educación y bienestar de las zonas donde residían estos refugiados para diferenciar tres grupos en función de estos indicadores. Asimismo, analizaron los nuevos diagnósticos de diabetes en estos barrios pobres entre los años 2002 y 2010.
La mayoría de los refugiados se habían instalado en las ciudades más grandes, un 47 por ciento en zonas con un nivel alto de necesidades y otro 45 por ciento con un nivel moderado.
En general, aproximadamente 4.500 de estos refugiados que vivieron en barrios pobres acabaron desarrollando diabetes, un 7,4 por ciento de la población que había sido objeto de estudio.
Pero, cuando los investigadores clasificaron los casos de diabetes en función de las características de su barrio, vieron que la tasa era mayor en aquellas comunidades con más necesidades (7,9%) en comparación con la de las zonas menos desfavorecidas (5,8%).
Una limitación del estudio, según reconocen los autores, es que se centraron en un periodo histórico en el que a la mayoría de refugiados se les asignó al azar una vivienda pero, no obstante, no están seguros de que todos formaran parte de estos programas por lo que es probable que algunos eligieran voluntariamente su hogar por diferentes factores que también podrían condicionar su riesgo de diabetes.
De hecho, el estudio no puede probar que los barrios pobres sean la causa de este mayor riesgo de diabetes, según los autores. «Podría estar relacionado con diferentes factores, como un menor acceso a una alimentación saludable, menos oportunidades para la actividad física y un mayor nivel de estrés», según ha añadido Nigel Unwin, profesor en el Centro de Investigación de Enfermedades Crónicas en la Universidad de las Indias Occidentales (Jamaica) en un editorial que acompaña al estudio.
En cualquier caso, los resultados ponen de relieve la necesidad de tener en cuenta el impacto para la salud que puede tener la asignación de una vivienda para los refugiados que llegan a Europa en barrios pobres, ya que se sabe que cuando viven en barrios pobres también tienen más riesgo de otras patologías como la obesidad o las enfermedades cardiovasculares.