Las pulseras de fitness están de moda. Estos dispositivos, que miden sin mucha precisión el ejercicio físico realizado a lo largo del día, especialmente los pasos caminados, ya han llegado a la muñeca de uno de cada diez estadounidenses. Su lema es que si el usuario puede registrar su actividad de forma sencilla, hará que mejorarla deje de ser un sacrificio y pase a ser un juego. Sin embargo, no hay pruebas científicas de que esto realmente se cumpla.
Esta semana, la revista médica ‘The Lancet Diabetes & Endocrinology‘ ha publicado los resultados de un estudio con 800 adultos que han portado estas pulseras de fitness, bajo distintas condiciones, durante un periodo de entre seis meses y un año. Y han descubierto que no cumplen lo que prometen: apenas motivan para hacer un poco más de ejercicio, y el cambio es insuficiente para provocar una mejora de la salud.
La promesa de las pulseras de fitness y otros dispositivos equivalentes es, precisamente, impulsar estas prácticas saludables a través de objetivos asequibles: caminar 10.000 pasos diarios o subir por las escaleras en vez de en ascensor. Sea como sea, empiezan a acumularse pruebas de que ni su posesión ni su uso son incentivo suficiente para incitar cambios a mejor en la salud.
Los investigadores no solo analizaron si tener una pulsera de fitness ayudaba a conseguir los objetivos deseados, sino que también intentaron hacer más tentadora la adopción de más actividad física con incentivos económicos. A los participantes en el estudio los separaron en cuatro grupos: en el primero, solo recibían consejos sobre actividad física y 4 dólares singapurenses a la semana; en el segundo, un Fitbit (uno de los dispositivos a examen) y 4 dólares semanales; en el tercero, un Fitbit y 15 dólares semanales si caminaban entre 50.000 y 70.000 pasos cada siete días (o 30 dólares si superaban esta cifra); en el cuarto, igual que el tercero pero el dinero se destinaba a una ONG de elección del individuo. Estas condiciones solo estaban en vigor durante los primeros seis meses. A partir de entonces, podían quedarse y usar el dispositivo, pero sin recibir dinero a cambio.
Los autores también identificaron que el uso de pulseras de fitness cayó con intensidad según avanzaban los meses. Al término del experimento, solo uno de cada diez participantes seguía midiendo su actividad física diaria con él. «Los usan durante un tiempo, pero según avanza el tiempo también pasa la novedad; una actitud que coincide con cómo se usan estos dispositivos en el mundo real», explica Robert Sloan, coautor del trabajo.